11-3-2020. Comenzaba el cambio.Y mis sensaciones eran así:

Todo me resulta raro, como sueño, como niebla, como irreal.
Mi pueblo, su gente, sus gestos, su cuerpo, mi lugar de trabajo, mis manos, el aire que respiro, mi garganta.

Como si hubiésemos entrado en un nuevo mundo sin haber salido del viejo, como si algo hubiese llegado sin haberlo llamado, ni sentir su presencia acercarse, ni verlo ni tocarlo, pero está, ya está, lo siento.

Siento mi cuerpo más amplio, se toca con las paredes de la casa, de la calle, con las estanterías del supermercado, con los cuerpos que esperan en fila, con la mirada de la cajera, se toca con sus guantes no de seda y su sonrisa sincera.

Un cuerpo es todos los cuerpos. Ahora lo siento claro, más que nunca, como si la grieta abierta por las clases de meditación, de yoga, de danza contact, de butoh, como si todo ese trabajo de cuña hubiese desgarrado ahora, roto la frontera de mi cuerpo individual, abierto en canal a la realidad: somos un cuerpo.

Tu gel desinfecta mis manos, tu tos inunda mis pulmones, siento por mi boca las vías que asisten tu respiración, el colapso del hospital remueve mis tripas, me lavo las manos, quiero tocar la piel de tu cara, no quiero perder la piel, tu piel, mi piel, quiero sentirme en el cuerpo del mundo.

Estoy malito, estoy constipado, mi cuerpo sufre. Y muero. Ancianos octogenarios con problemas respiratorias, pero también ese saxofonista en Madrid de sólo 60 años, y tantos otros que no conozco, pero muero con ellos.

Lo viral. Sheila Blanco cantando a Bach. Y ahora ésto. Es todo parte de lo mismo. Es lo mismo, somos lo mismo: un sólo ente hiper conectado, comunicado, un cuerpo, un organismo.

El mismo mensaje nos traían el denge y la malaria, pero desde la torre de mi castillo parecía muy lejano, otro planeta, otros seres humanos.

La torre se ha reventado, y los escombros también son mi cuerpo.
Toda enfermedad me toca, y toco cuerpos vivos y muertos, cuerpos que gozan y cuerpos que sufren. Y lo toco como toco mi cuerpo, como algo propio, algo que soy, algo inseparable de mí.

Quiero cuidarme, quiero volver a sentir mi cuerpo sano, quiero sentir su plenitud. Seré prudente, por mi, sólo por mí, por mi cuerpo, que es todos los cuerpos.

Salir al jardín y tomar el sol, una infusión de gengible, pan con tomate y ajo, sopitas de verduras, leer, leer mucho, sobre la vida, sobre los virus, leer novelas, inventármelas, y reír, reír mucho.
Quizá ahora no vea tus ojos frente a mis ojos, pero ahora sé que mis ojos son tus ojos, así que quizá te siento más cerca que nunca, papá, mamá, que sois todos los papás y mamás, hijos e hijas, como yo, que soy todos.

Hay un silencio inusitado en el pueblo.
También soy ese silencio.

Me amo. Nos amo. Nos cuido.
Seguiremos siendo un ser vivo.

Gracias. Gracias a todos por cuidarnos. Amigas que me escriben desde la zona cero, médicas y enfermeros, panaderos, tenderos, gracias a ti que paseas por la calle y te veo sonreír, y a ti que escondes tu miedo tras una capa de gel o de latex, gracias a ti que cierras tu sala de yoga, también a ti que con cuidados y cautela la abres.
Gracias, porque me quieres cuidar.

Sé que soy muy afortunado. Me gano la vida haciendo la repostería de varios restaurantes y cafeterías. Y me gano la vida haciendo eventos de música y baile. Todo es parará durante un tiempo. 15 días, 15 meses. No sabemos.
Me siento muy afortunado porque sé que mi círculo, mi red de afectos, no dejará que pase hambre.
Soy muy afortunado.
Me gustaría sentir así todo mi cuerpo, saber que la red de afectos que somos no permitirá que nadie en mi cuerpo pase hambre, que saldremos todos a bailar mañana, mis dedos, mis pestañas, mis pies, mis rodillas, mis pulmones, mi nuca, mis riñones…

Me quiero, te quiero, nos quiero.
Aquí estoy para lo que pueda hacer, o dejar de hacer.

Mañana volveremos al baile.
Hoy te siento mi piel.
Mañana,
contigo,
soy.